Ser emprendedor es una actitud. Los emprendedores lo llevan en el ADN, aunque algunos no lleguen nunca a saberlo.
Leía esta misma mañana un artículo sobre el emprendimiento y sus motivaciones. Cuando empezamos COCREANET y, en concreto, este blog, escribía mucho al respecto, tal vez por entenderme. Quizás viene bien de cuando en cuando renovar esas reflexiones.
Para empezar, repasar los motivos por los que alguien decide emprender un proyecto por cuenta propia. Aquí me he encontrado de todo a lo largo de estos años, no tanto por emprendedora como por mi rol de mentora y asesora de otros. No voy a entrar a cuestionar a los demás, pero sí quiero recordar cuáles fueron – y siguen siendo – mis motivos.
Quise ser emprendedora mucho antes de tener conciencia de ello, cuando buscaba siempre un plan B a cualquier procedimiento, metodología, lógica que aprendía. Siempre me preguntaba si no habría alguna otra manera de hacerlo y probaba. El resultado: creo que no hay nada que no haya “tuneado” ya a estas alturas, desde la más simple receta de cocina hasta la herramienta de programación más compleja.
Tampoco llevé nunca nada bien aquello de seguir las normas que dictaban los que fueron mis jefes /as, al menos no antes de entender el por qué. Por algún motivo mi propio criterio se abría paso y aunque siempre he sido disciplinada – acatar, sin más remedio -, al menos no dejaba pasar la ocasión para explicarme e intentar convencerlos de otra cosa.
Desde muy joven tenía algo así como un propósito vital y buscaba la manera de canalizarlo. Lo intenté desempeñando distintos roles, incluso reinventándome en varias ocasiones, pero al final siempre me topaba con un establishment que me impedía llegar donde quería.
Todo esto hasta que tuve mi propia empresa. Por eso sigo desarrollando mi negocio aunque resulte a veces tan difícil.
Y es que he leído en algún sitio que un negocio se sabe si funciona o no en tres años. No puedo estar más en desacuerdo. No hay números mágicos, ni normas, ni fórmulas matemáticas, ni siquiera hay constancia en el tiempo. He conocido negocios que han funcionado casi desde el primer día y siguen funcionando años después, otros que también funcionaron espectacularmente bien en el inicio y años después (bastantes más de tres), un buen día, dejaron de funcionar. En el lado opuesto, he conocido emprendedores que han tenido que pasar años de penuria hasta que han dado con el motor que movía su empresa, algunos otros que no lo han llegado a conseguir nunca.
Ni siquiera depende del esfuerzo, la constancia, la dedicación… (aunque, por supuesto, todo esto no es negociable). En mi experiencia, el éxito de un negocio requiere de unos básicos necesarios, pero nunca suficientes. Hay algo más – el mercado, estar en el momento justo, los contactos personales, un cliente a tiempo… – que resulta casi mágico. Ojalá poner en marcha un negocio que funcione tuviera reglas fijas, pero no es el caso.
Y, a pesar de ello, de no ser fácil, emprender es emocionante. Personalmente, puedo decir que emprender es de los proyectos más enriquecedores y plenos de mi vida. En mi caso, además, está indisolublemente unido a la parte más humana y personal, quizá por ello resulte tan determinante para mí, me define.
No soy quién para dar consejos de esta clase, tan personales, a otros emprendedores (aunque mi amiga Alicia dice que no se puede asesorar a emprendedores si tú nunca has emprendido). A lo máximo que puedo llegar es a contar mi experiencia. Emprender no es una actividad, es una actitud, una forma de estar en el mundo. Y, por rizar el rizo, he conocido emprendedores trabajando por cuenta ajena, aunque ellos nunca lo supieran. Por eso los emprendedores no lo somos en un horario o en un calendario, lo somos, sin más.
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Desde siempre aspiré a hacer de este un mundo mejor, más justo, más igualitario. Desde COCREANET, la empresa de la que soy socia y fundadora, aterrizo mi propósito en proyectos de innovación, empresarial, social y, ahora también, rural. Un compromiso con las personas y con la sociedad.
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