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Producto Mínimo Viable: la expresión de la mentira

La confusión generalizada que existe en torno a la expresión Producto Mínimo Viable puede provocar serios problemas en el desarrollo de un nuevo negocio, condicionando definitivamente su resultado.

Hay palabras y expresiones que se ponen de moda hasta escucharse en todas partes y aplicadas a cualquier situación. Lo mismo pasa en el entorno de los negocios. Desde hace un tiempo y cada vez más oigo hablar de producto mínimo viable. En mi cultura Lean Startup esta es una expresión que encierra todo un significado y pongo toda mi atención esperando reencontrarme con esos códigos familiares, pero enseguida me doy cuenta que lo que ellos entienden por producto mínimo viable no es lo mismo que entiendo yo.

producto mínimo viable

Banco de imágenes de Pexels, autor squarespace

Tal vez el origen del malentendido esté en la traducción al castellano. En nuestra lengua, la palabra “viabilidad” otorga un valor de verdad casi irrefutable a la expresión que acompaña. Por eso, en una interpretación literal, producto mínimo viable podría ser justo eso: algo muy pequeño, casi incipiente, pero válido de cualquier manera.

Emprendedores, algunos de reputado prestigio, hombres y mujeres de negocios, y hasta ponentes y docentes de reconocidas escuelas de negocio,  hablan de producto mínimo viable igual que si se tratase de la versión 0 de algo que ya puede venderse, una especie de “beta” (los desarrolladores de software entienden muy bien esta otra expresión). Tanto es así que yo, cuando quiero utilizar la expresión, inmediatamente aclaro a qué me refiero: un producto mínimo viable NO es una versión reducida de un producto/ servicio, ni una beta ni siquiera una versión preliminar; es un artefacto (muchas veces primitivo y que no se parece en nada a lo que será el producto real) que sirve para tangibilizar una idea y mostrarla al mundo, para de esa forma obtener un primer feedback de cómo ese potencial cliente acepta la propuesta de solución.

Un producto mínimo viable no es un fin sino un medio, ese es su único (y no poco importante) valor. Nace con ese objetivo de mostrar y muere en cuanto se ha conseguido obtener la información para la que se construyó. Por eso, cuanto más rápido, más barato y más sencillo, mejor, porque su fin será irremediablemente acabar en el cubo de la basura.

Por eso mismo también, cualquier otra cosa que sea algo a reciclar y reutilizar como parte del producto definitivo, no es un producto mínimo viable: será un prototipo de mayor o menor fidelidad, una versión preliminar, una beta o lo que sea pero nunca un producto mínimo viable.

Las personas nos enamoramos rápidamente de nuestras creaciones, y es muy humano; eso explica porqué los niños lloran cuando otro niño o una ola arrasa con el castillito de arena que acaban de construir. Por eso nos resulta tan difícil deshacernos de lo que hemos construido con nuestras manos, por eso también la idea del producto mínimo viable, tal cual es realmente, nos resulta del todo inaceptable.

Lo que más me preocupa de esta confusión es que la tozudez llega a tal tamaño en algunos casos que por mucho que nos esforcemos en explicar lo que pretendemos hacer ni siquiera nos escuchan. Nos ha llegado a pasar que después de pongamos un par de meses trabajando en una idea de negocio con un equipo, al llegar el momento de preparar el primer experimento con el primer producto mínimo viable, los emprendedores se han sentido tan ofendidos con lo que planteábamos que han puesto tierra de por medio, cuando no nos han ignorado directamente. Y sí, admito nuestra incapacidad para hacernos entender en las fases previas, pero es muy difícil clamar en el desierto y además irremediable, porque por más veces que hayamos avisado antes hasta resultar pesados, y por mucho que nos hayan dicho que sí, que sí, que lo entendían, en realidad ni nos entendían ni querían entendernos.

Sirva este post de un intento más de aclaración, o acaso de disculpa. Pero por mucho que se empeñen un producto mínimo viable no se parece en nada a un producto, ni mucho menos es viable y a lo único que responde es a que debería ser mínimo. Pasa algo parecido a lo de ese pueblo maravilloso de Cantabria, en el que en una ocasión me dijeron que era el pueblo de las tres mentiras: porque ni era Santa, ni era Llana, ni tenía Mar.

 

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Marina Fernandez Arroyo

Escrito por Marina Fernandez Arroyo

Desde siempre aspiré a hacer de este un mundo mejor, más justo, más igualitario. Desde COCREANET, la empresa de la que soy socia y fundadora, aterrizo mi propósito en proyectos de innovación, empresarial, social y, ahora también, rural. Un compromiso con las personas y con la sociedad.

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