Nos han contado, a los que nos gusta el blues, que Robert Johnson vendió su alma al diablo en un cruce de caminos para convertirse en un virtuoso de la guitarra, cambiando sus hábitos e incluso, hasta su forma de tocar. Os voy a contar, en el calor de este verano, como tuve mi particular cruce de caminos y ofrecí todos mis servicios a la innovación con triple impacto no al diablo, sino a los entornos rurales.
Nunca suelo hablar de mis experiencia personales fuera de la faceta laboral, pero hoy, como estamos en el verano y seguramente los lectores habituales estén de vacaciones o pensando en ellas, me voy a permitir contar una historia distinta basada en mi propia experiencia personal. No pretende ser ni una referencia, ni un modelo ni lo voy a escribir para dar a valer mis valores. Simplemente una idea (puede ser una ida de olla personal) que me surgió una noche de calor, en un pueblecito de Soria, escuchando blues en un terraza mirando al río Ucero.
Si hay un personaje místico y absolutamente misterioso en el mundo de la música, ese es Robert Johnson. Él ha sido considerado, durante muchos años, un auténtico músico que revolucionó el mundo del Blues en la zona del delta de Mississippi, con sus correspondientes influencias en otros músicos posteriores, como John “zapatones” Lee Hooker, Son House, Sonny Terry, Little Walter o Muddy Waters. El motivo de esta leyenda tan curiosa se basa en testimonios de aquella época y de sus grabaciones, allá por los años 30 del siglo pasado.
Robert Johnson y el cruce de caminos. El mito de Fausto en el Blues
Muchos de los amigos y familiares de Robert Johnson, en los primeros años le consideraban un auténtico vagabundo que se ganaba malamente la vida tocando la armónica y malamente la guitarra en locales de mala muerte de la zona del delta del Mississippi. Un día desapareció unos días y volvió con un cambio completamente sorprendente. Había dejado de tocar la armónica y se había convertido en una referencia con la guitarra. Parece ser, que entre amigos y familiares se consideraba que este cambio había sido imposible y que había vendido su alma al diablo. Grabó sus canciones durante los años 1936 hasta el 1939 hasta que murió en desconocidas circunstancias.
La historia del diablo es muy curiosa, pero yo prefiero aplicar mi propia navaja de Ockham y dar una solución más realista. Al parecer, según contó algún amigo y he leído por ahí, en su idas y venidas coincidió con alguien que le enseñó a tocar en un cruce de caminos de una forma distinta, conjuntando distintos ritmos, formas y músicas. Parece ser que, además, le dio mucho empuje y autoconfianza para tocar y demostrar quién era realmente. Pienso en él por un momento y pienso la incertidumbre de enfrentarse a un mundo donde no era realmente conocido y con un cambio de objetivo vital tan relevante, que seguramente, en condiciones normales una persona jamás haría. Es decir, aplicó su conocimiento previo y lo reacondicionó para desarrollar una propuesta nueva que fue la semilla del Blues del Delta.
Aquí viene mi símil de mi propio cruce de caminos
Escuchando al bueno de Eric “Mano lenta” Clapton y su maravilloso “From the cradle”, se me ocurrió esta metáfora. Al igual de Robert Johnson, durante años estuve desarrollando propuestas, más o menos exitosas de procesos de innovación. Grandes empresas, corporaciones o fondos de inversión nos permitían definir y ejecutar procesos de Corporate Venturing más o menos exitosos y generadores de Win-Win para empresas consolidadas y startups, con focos en crecimientos, rondas de inversión, estrategias de crecimiento o cap tables. Cierto día, en un cruce de caminos en un templado día de otoño en la provincia de Soria mirando un castillo al anochecer, mi abuelo me preguntó si todo lo que hacía podía tener sentido para hacer más feliz a la gente de mi entorno, a la sociedad que me rodea y al entorno natural rural que me da sustento. Él no era precisamente el diablo, sino alguien que me enseño mucho durante mi vida y me sigue guiando, aunque ya no esté conmigo. Cambiar los objetivos, cambiar los destinatarios, hacer algo que sabía en un entorno más cercano. No aplicar la innovación como fin, sino como un medio para ayudar a otros a crear cosas que hagan la vida mejor a las personas, al entorno y a la sociedad. No sólo a propuestas con alto nivel tecnológico (que también, ¿por qué no?) sino a aquellos que permiten tener una continuidad en el tiempo y no pensar en el propio beneficio en un muy corto espacio de tiempo.
Por desgracia, no seré jamás un virtuoso como Robert Johnson en lo que hago, pero pondré mi granito de arena en hacer sostenible mi entorno. Quizá hayamos roto el embrujo de Robert Johnson, pero quizá hayamos dado más interés, si cabe, a una personalidad increíble en un momento histórico y social realmente difícil.
Para acabar, voy a ir parafraseando canciones de Robert Johnson, Ramblin’ On My Mind because I’m a Steady Rollin’ Man (Rastreando en mi mente porque soy un hombre que rueda con calma)
Innovación con triple impacto para hacer mejor la vida a las personas, porque Last Fair Deal Gone Down (El último trato justo ha terminado)
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Que bueno Santi. Saludos